domingo, 25 septiembre 2005
Llámame
¡Qué pelmazo!!!
No pensé en encontrarte hoy y cuando esto ocurrió sentí que el mundo temblaba bajo mis pies. Quien lo creyera que a mi edad todavía este tipo de cosas me ocurrieran. No pude menos que expresar mi alegría, - ¿alegría?..., ¡qué va!… ¡mi emoción!- cuando la vi, pero en toda mi torpeza humana, todo lo que atiné fue a esbozar una tímida sonrisa, temiendo que la gelatina de mis piernas no lograra tener la suficiente consistencia como para sostener mi pesado cuerpo.
– Me agrada ver cómo nos reconocemos entre la multitud – fue lo único que se me ocurrió decir, al acercarme, mientras sentía que era lo menos romántico y lo más estúpido que podía decir.
Afortunadamente acudió en mi auxilio tu abrazo y tu beso de saludo y bienvenida, como para tener tiempo de recomponer mi descompostura y dejarme llevar por el momento aspirando tu perfume y envolviéndome en la ternura de tu abrazo. Claro no dejó de preocuparme que, ante tal cercanía ese músculo involuntario que los humanos llevamos dentro, se pasara de indiscreto dejándome al descubierto con ese traqueteo, que me pareció, no necesitaba amplificación. ¡Lo sentía hasta en la uña del dedo meñique de mi pie izquierdo!
– Pum-pumm… pum-pumm… pum-pumm…
Temí por un momento que el torso de mi cuerpo fuera a estallar. ¡Abrase visto!! ¡Como si fuera un chaval de escuela! A partir de entonces estaba en otro mundo, en otra dimensión. El tiempo ya no era tiempo; el parque donde estábamos, ya no era parque; y mágicamente el resto del universo desapareció.
Que cómo has estado, que dónde estás viviendo, qué para dónde vas, que cuándo es que me vas a visitar, que por qué no me llamas, que qué rico verte, bla, bla, bla… Todas las palabras no eran más que sonidos expresados con una total automaticidad – por lo menos las que salían de mi boca – porque yo seguía anclado al piso y mis pupilas no se apartaban de su rostro, tratando de no perder detalle del maravilloso espectáculo de su sonrisa, su labial, el brillo de sus ojos, la gracia de su cabello. En ese momento era un solo ente sensorial: vista, olfato, tacto, oído, gusto, pero sobre todo ese sentido interno que nos convierte en un radar constante captando con cada celdilla del cuerpo todos los estímulos al mismo tiempo.
Creo que no pasaron más de dos o tres minutos antes de despedirnos con la promesa de llamarnos, de visitarnos, de vernos, pero para mí fue casi media hora.
Después del beso en la mejilla de despedida – otro instante para derretirme – afortunadamente las piernas y el cuerpo me respondieron para girar la cabeza un instante, para observar su cuerpo mientras me alejaba… ¡fuuiiiuuuuu!! La panorámica que tenía a mi vista me agradaba… y bastante.
Hoy, no dejo de sentirme acalorado por ese matiz sonrosado de la escena. Es más, al repasar algunas líneas de lo que ahora escribo percibo cierto bochorno ante el tono rosa que pueda tener esta esquela…pero...
...¡que va! Hoy me salgo un poco de ese tono lírico reflexivo de otras ocasiones. ¡A ver que pasa!
14:45 | Permalink | Comentarios (3)
Comentarios
me ha gustado mucho este relato. Es curioso saber que los hombres tan bien sienten. ¿ y por qué no lo quieren expresar? muchas gracias, quizá poco a poco cambie el concepto que tengo de ellos.
Anotado por: hnh | domingo, 25 septiembre 2005
Me encanta conocerte. Anadire tu pagina a mis favoritas para leerte a diario.
Anotado por: Elsa | miércoles, 05 octubre 2005
Elsa
Gracias por tu comentario. Lástima que no me dejaste un enlace para contactar tu sitio. Si regresas, recuerda activar la casilla, RECORDAR DATOS
Un beso
Anotado por: Dario | domingo, 09 octubre 2005
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